Martina Martínez Tuya

La dificultad de la obediencia

Este es un tema recurrente en las charlas con los padres, y, también, con los profesores.

¿Qué quiere eso decir?

Que los educadores, padres o profesionales, tienen serias dificultades para hacerse obedecer.

¿Quiere eso decir que los alumnos, los hijos, son cada vez más autónomos, más capaces de dirigir ellos mismos sus conductas y sus proyectos?

No, ciertamente. Los hijos son cada vez más dependientes, cada vez más irresponsables. De los mismos como alumnos, mejor lo dejamos para otra ocasión.

Algo pasa con la obediencia. Vamos a ver un poco en qué consiste y luego, quizá, empecemos a poder sacar algunas conclusiones.

SE PUEDE OBEDECER:

 -  A los demás        

 -  A uno mismo, en cuanto al impulso, deseo, espontaneidad, o en cuanto decisión voluntaria        

 -  A la ley o la norma.  

Los padres se quejan de que sus hijos NO OBEDECEN, pero qué duda cabe de que eso, así, es demasiado simple.

Los niños pequeños no hacen caso, ignoran las órdenes. Las ignoran o las olvidan.

Tampoco debemos olvidar que todo niño empieza obedeciéndose. El niño pequeño autorregula lo que hace dándose órdenes. Es preciso apoyar ese sentido de lo que hay que hacer convirtiéndolo en un hábito. Es preciso entrar en un ritmo que le ayude, en una costumbre, en un ritual, cómo quieran llamarlo.

¿Cuál es el problema? Que obliga a los padres a mantenerse en ese hábito.

Es indispensable que las órdenes sean pocas. Lo que hay que hacer debe de ir regido por la necesidad y hacer de ello una costumbre. La orden  debe de ser puntual, siempre igual, siempre obligando a que sea obedecida.

HAY QUE NO DARLE OCASIÓN PARA DESOBEDECER, tanto más cuanto más difícil le sea al niño.

El niño suele ser fácil hasta que en torno a los dos años entra en la primera edad de la obstinación. Para entonces ya tiene que tener adquiridos unos hábitos de comportamiento básico.

Ya tiene que saber quién es el adulto y que con el adulto no se juega, porque el adulto no es otro niño.