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Martina Martínez Tuya 

Violencia en las aulas (III)

JUVENTUD Y SOCIEDAD
  (Artículo publicado en Granada Digital, Plaza Nueva)

 

    No es cuestión de negar que vivimos en una sociedad violenta, y que esa violencia está también en la escuela, en el instituto. Pero no es menos cierto que las instituciones escolares, y de forma muy especial las que son y se constituyen como enseñanza pública, tiene su última razón de ser en modificar las condiciones de la sociedad. Surgen en el siglo XIX como hijas de la Ilustración.

   Son un intento de incorporación de las nuevas generaciones a una cultura que no es la tradicional de cada lugar, de cada pueblo, de las condiciones concretas del grupo social al que los alumnos pertenecen, sino una cultura de corte racionalista que consiga que los sujetos puedan liberarse de esos condicionamientos para adquirir una mentalidad compatible con el concepto de ciudadano. Eso equivale a dejar de regirse por la costumbre, lo que no siempre equivalía a una forma amable y comprensiva de comportamiento, por una moral religiosa que siempre tendía a ser exclusiva y excluyente, y poder incorporar los criterios de la ciencia y de las humanidades para convertirse en sujetos éticos bajo el reconocimiento del imperio de la ley frente a la arbitrariedad del poder, los impulsos de cada momento y los compromisos autodefensivos del grupo de origen. Hemos olvidado que a la escuela, al instituto no van los alumnos para aprender lo que de todas formas aprenderían en la calle. Tampoco para comportarse como lo harían si no estuvieran escolarizados. Lo hemos olvidado y lo que es peor, hacemos de esa incapacidad para conseguir los objetivos de las instituciones escolares la coartada, la gran coartada. Decimos aquello de que los padres no los educan, de que llegan sin socializar, de que la sociedad es la que determina sus comportamientos, de qué podemos hacer nosotros, - los docentes -, si sólo los tenemos en las aulas 5 o 6 horas al día. Afortunadamente no nos toman muy en serio y por lo mismo nos siguen pagando el sueldo. Con ciertas cosas no se juega y hay que tener cuidado con lo que se dice. Aún en el caso de que nuestros alumnos fueran fáciles y de modales aceptables, tendríamos el trabajo de redimensionar esos comportamientos, de interiorizarlos desde esa otra cultura, de convertirlos en eso que la ley vigente llama actitudes, y que no son, como suele oírse en las sesiones de evaluación, la forma en que el alumno acepta una clase o la sobrelleva, sino que tienen un origen cognitivo - por algo están en los contenidos junto con los conceptos y los procedimientos -. Son el producto de una experiencia de conocimiento. No algo externo, un juego entre la imposición y las ventajas de someterse a ella, sino producto de la comprensión de la realidad, de la aceptación de la misma, de la aceptación del sujeto en esa realidad. El alumno osado, displicente, desvergonzado, que interrumpe, que no deja en paz a nadie, no sólo carece de modales, sino que no ha entendido nada ni de la realidad en la que vive ni de qué es él en esa realidad. Su ignorancia es lo que le hace insoportable. Puede que su familia le haya hecho creer que es el rey de la realidad, que tiene poder sobre todo y sobre todos. ¿Qué torpeza es presumible en la clase de infantil, en la primera aula que pise si no comprende que no es un ser excepcional, que es uno más, que con frecuencia no sólo no es el más, sino que habitualmente es uno de los menos? Claro que si la clase de infantil es el todo vale, si cada vez que el valentón agrede a un compañero y este se queja la maestra acusa al ofendido de soplón y no le hace ningún caso, habría que empezar a pensar en qué opción se mueve la escuela. ¿ Qué cultura es la que realmente rige la vida de las instituciones escolares? ¿Son conscientes de que tendrían que responder a una cultura en la que el individuo es el sujeto y el hecho de que en una escuela o en un instituto haya cientos de alumnos y unas docenas de profesores no es sino una necesidad económica, de ahorro de efectivos, de medios?

   El grupo sólo es una contingencia, algo que el individuo tiene que superar aceptando, sin embargo, que siempre tendrá que vivir en un grupo, en varios grupos, pero él será el que viva, no el grupo, ni en función del grupo. Derechos, objetivos, evaluaciones, vidas que transcurren durante horas en los centros escolares son siempre individuales. Decir esto, afirmar esto, equivale a que se echen encima todos esos defensores de lo grupal y que a continuación acusarán al que lo diga de qué sé yo cuántos pecados terribles: insolidaridad, incapacidad para la cooperación, egoísmo antisocial, etc. etc. Todo lo que quieran y se les ocurra de ese mismo cariz. Ese profesor que no pone orden en su clase porque ' necesita que todos los compañeros estén de acuerdo en las normas', ese otro que está esperando para 'programar' a que todo el mundo programe; un tercero que defendiendo, eso sí, el poder absoluto en el aula y quejándose de haberlo perdido, dice que no puede hacer nada porque el director no le respalda. Así podríamos seguir sin agotar las casuísticas. ¿ En qué mundo, en qué cultura viven? ¿ Qué son como individuos? He centrado mis artículos en una violencia que viene de la vida no vivida, es decir de toda aquella situación que no tiene sentido, que lo ha olvidado o en la que medios y fines son claramente contradictorios, de tal forma que no es posible cubrir ningún objetivo ni transitar por la realidad resultante de las circunstancias en la que cada sujeto no tiene un espacio ni un objetivo que pueda ser cubierto en él. La mayor inadecuación es la de no entender para qué fueron creadas las escuelas, los institutos. El grave error es el de seguir pensando que en ellos los alumnos adquieren, o han de adquirir, más cultura, como dicen los alumnos si se les pregunta. En estas instituciones se adquiere, o se debería adquirir otra cultura distinta de la de la sociedad tal y como está interiorizada en la mayoría de los sujetos. Escuelas e institutos han de ser instituciones de transformación de la sociedad. Esta afirmación genérica tiene que ser muy matizada. Durante siglos el cambio de la sociedad era algo deseable. Hoy es un hecho consumado que sin embargo ha traído consigo graves problemas. La sociedad ha evolucionado gracias a la técnica y la tecnología. Pero no se ha producido un cambio cultural en paralelo afectando a la gran mayoría de los sujetos. Dicha incorporación ya no es un lujo, o un privilegio, sino una necesidad. Necesidad que para, al menos, las nuevas generaciones, tienen que cubrir las instituciones escolares. La línea generosa de todos los mesías granscianos o por ahí, prometía una escuela que fuese capaz de crear un tipo nuevo de sujeto que a su vez transformara la sociedad en su línea ideológica y acusaba a la escuela de reproductora de la sociedad.

   Hoy la escuela, en su fracaso, se ha convertido en una fábrica de sujetos asociales, rompedores de la sociedad en la que han nacido y ello no para crear una nueva, sino tan disfuncionales que generan una destructividad que amenaza a la sociedad misma no sin acabar destrozando al propio sujeto.

 

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