Violencia en las aulas (III)
JUVENTUD Y SOCIEDAD
(Artículo publicado en
Granada Digital, Plaza Nueva)
No
es cuestión de negar que vivimos en una sociedad violenta, y que esa violencia
está también en la escuela, en el instituto. Pero no es menos cierto que las
instituciones escolares, y de forma muy especial las que son y se constituyen
como enseñanza pública, tiene su última razón de ser en modificar las
condiciones de la sociedad. Surgen en el siglo XIX como hijas de la Ilustración.
Son un intento de incorporación de las nuevas generaciones a una cultura
que no es la tradicional de cada lugar, de cada pueblo, de las
condiciones concretas del grupo social al que los alumnos pertenecen,
sino una cultura de corte racionalista que consiga que los sujetos
puedan liberarse de esos condicionamientos para adquirir una mentalidad
compatible con el concepto de ciudadano. Eso equivale a dejar de regirse
por la costumbre, lo que no siempre equivalía a una forma amable y
comprensiva de comportamiento, por una moral religiosa que siempre
tendía a ser exclusiva y excluyente, y poder incorporar los criterios de
la ciencia y de las humanidades para convertirse en sujetos éticos bajo
el reconocimiento del imperio de la ley frente a la arbitrariedad del
poder, los impulsos de cada momento y los compromisos autodefensivos del
grupo de origen. Hemos olvidado que a la escuela, al instituto no van
los alumnos para aprender lo que de todas formas aprenderían en la
calle. Tampoco para comportarse como lo harían si no estuvieran
escolarizados. Lo hemos olvidado y lo que es peor, hacemos de esa
incapacidad para conseguir los objetivos de las instituciones escolares
la coartada, la gran coartada. Decimos aquello de que los padres no los
educan, de que llegan sin socializar, de que la sociedad es la que
determina sus comportamientos, de qué podemos hacer nosotros, - los
docentes -, si sólo los tenemos en las aulas 5 o 6 horas al día.
Afortunadamente no nos toman muy en serio y por lo mismo nos siguen
pagando el sueldo. Con ciertas cosas no se juega y hay que tener cuidado
con lo que se dice. Aún en el caso de que nuestros alumnos fueran
fáciles y de modales aceptables, tendríamos el trabajo de redimensionar
esos comportamientos, de interiorizarlos desde esa otra cultura, de
convertirlos en eso que la ley vigente llama actitudes, y que no son,
como suele oírse en las sesiones de evaluación, la forma en que el
alumno acepta una clase o la sobrelleva, sino que tienen un origen
cognitivo - por algo están en los contenidos junto con los conceptos y
los procedimientos -. Son el producto de una experiencia de
conocimiento. No algo externo, un juego entre la imposición y las
ventajas de someterse a ella, sino producto de la comprensión de la
realidad, de la aceptación de la misma, de la aceptación del sujeto en
esa realidad. El alumno osado, displicente, desvergonzado, que
interrumpe, que no deja en paz a nadie, no sólo carece de modales, sino
que no ha entendido nada ni de la realidad en la que vive ni de qué es
él en esa realidad. Su ignorancia es lo que le hace insoportable. Puede
que su familia le haya hecho creer que es el rey de la realidad, que
tiene poder sobre todo y sobre todos. ¿Qué torpeza es presumible en la
clase de infantil, en la primera aula que pise si no comprende que no es
un ser excepcional, que es uno más, que con frecuencia no sólo no es el
más, sino que habitualmente es uno de los menos? Claro que si la clase
de infantil es el todo vale, si cada vez que el valentón agrede a un
compañero y este se queja la maestra acusa al ofendido de soplón y no le
hace ningún caso, habría que empezar a pensar en qué opción se mueve la
escuela. ¿ Qué cultura es la que realmente rige la vida de las
instituciones escolares? ¿Son conscientes de que tendrían que responder
a una cultura en la que el individuo es el sujeto y el hecho de que en
una escuela o en un instituto haya cientos de alumnos y unas docenas de
profesores no es sino una necesidad económica, de ahorro de efectivos,
de medios?
El grupo sólo es una contingencia, algo que el individuo tiene que
superar aceptando, sin embargo, que siempre tendrá que vivir en un
grupo, en varios grupos, pero él será el que viva, no el grupo, ni en
función del grupo. Derechos, objetivos, evaluaciones, vidas que
transcurren durante horas en los centros escolares son siempre
individuales. Decir esto, afirmar esto, equivale a que se echen encima
todos esos defensores de lo grupal y que a continuación acusarán al que
lo diga de qué sé yo cuántos pecados terribles: insolidaridad,
incapacidad para la cooperación, egoísmo antisocial, etc. etc. Todo lo
que quieran y se les ocurra de ese mismo cariz. Ese profesor que no pone
orden en su clase porque ' necesita que todos los compañeros estén de
acuerdo en las normas', ese otro que está esperando para 'programar' a
que todo el mundo programe; un tercero que defendiendo, eso sí, el poder
absoluto en el aula y quejándose de haberlo perdido, dice que no puede
hacer nada porque el director no le respalda. Así podríamos seguir sin
agotar las casuísticas. ¿ En qué mundo, en qué cultura viven? ¿ Qué son
como individuos? He centrado mis artículos en una violencia que viene de
la vida no vivida, es decir de toda aquella situación que no tiene
sentido, que lo ha olvidado o en la que medios y fines son claramente
contradictorios, de tal forma que no es posible cubrir ningún objetivo
ni transitar por la realidad resultante de las circunstancias en la que
cada sujeto no tiene un espacio ni un objetivo que pueda ser cubierto en
él. La mayor inadecuación es la de no entender para qué fueron creadas
las escuelas, los institutos. El grave error es el de seguir pensando
que en ellos los alumnos adquieren, o han de adquirir, más cultura, como
dicen los alumnos si se les pregunta. En estas instituciones se
adquiere, o se debería adquirir otra cultura distinta de la de la
sociedad tal y como está interiorizada en la mayoría de los sujetos.
Escuelas e institutos han de ser instituciones de transformación de la
sociedad. Esta afirmación genérica tiene que ser muy matizada. Durante
siglos el cambio de la sociedad era algo deseable. Hoy es un hecho
consumado que sin embargo ha traído consigo graves problemas. La
sociedad ha evolucionado gracias a la técnica y la tecnología. Pero no
se ha producido un cambio cultural en paralelo afectando a la gran
mayoría de los sujetos. Dicha incorporación ya no es un lujo, o un
privilegio, sino una necesidad. Necesidad que para, al menos, las nuevas
generaciones, tienen que cubrir las instituciones escolares. La línea
generosa de todos los mesías granscianos o por ahí, prometía una escuela
que fuese capaz de crear un tipo nuevo de sujeto que a su vez
transformara la sociedad en su línea ideológica y acusaba a la escuela
de reproductora de la sociedad.
Hoy la escuela, en su fracaso, se ha convertido en una fábrica de
sujetos asociales, rompedores de la sociedad en la que han nacido y ello
no para crear una nueva, sino tan disfuncionales que generan una
destructividad que amenaza a la sociedad misma no sin acabar destrozando
al propio sujeto.
Principal Narrativa Obras técnicas Biografía de la autora Artículos Comentarios Cómo contactar