Martina Martínez Tuya

 

 

Nuevas viejas lecturas

  

He leído más de lo habitual en las últimas semanas. Me han reglado varios libros y había sacado alguno de la biblioteca en previsión del mal tiempo que se anunciaba. He leído un poco de todo: humor inglés, relatos de autores franceses contemporáneos, ensayos recientes sobre feminismo y una desmitificación sobre Freud y el psicoanálisis. También he releído. Todo ello con muy diferente fortuna.

Sólo les hablaré de lo más sorprendente, perdón, de lo que más agradablemente me ha sorprendido.

Me regalaron un pequeño libro: “Montaigne, PÁGINAS INMORTALES, Selección y prólogo de André Gide”.

Dos de los grandes juntos. Dos autores muy distantes en el tiempo pero en cierto sentido similares.

Montaigne, los Ensayos, leído hace tantos años, referido tantas veces, encontrado en fragmentos muy dispares aquí y allí. Ahora podía volver a él y hacerlo de la mano de Gide, uno de mis autores favoritos. Favoritos y algo más. Uno de esos autores que leo siempre con gusto, que me ha procurado muchas de esas frases redondas en las que la vida queda condensada de manera magistral. Frases que son otras tantas citas que iluminan un texto, una conferencia, una opinión que encuentra en ellas la mejor manera de ser expresada.

Leí “Los Ensayos” de Montaigne página a página, haciendo anotaciones, cuando preparé las oposiciones a Cátedra. Desde entonces no les he perdido del todo la pista, pero he tenido pereza para repetir esa lectura minuciosa.

Seguir a Gide en el prólogo ha sido un verdadero placer. Verme coincidiendo con él en muchas cosas, discrepando en otras, me ha preparado para releer al viejo maestro, para volver a él en esa selección de textos necesariamente breve y sin olvidar que la lectura sería a tres, que en ella estaríamos indefectiblemente los dos maestros y yo, ¡qué honor!

 

Dice Gide: El éxito de los Ensayos sería inexplicable sin la extraordinaria personalidad del autor. ¿Qué aportaba de novedoso al mundo? El conocimiento de sí mismo; pues cualquier otro conocimiento le parecía incierto; sin embargo, el ser humano que descubre, y que nos descubre, es tan auténtico, tan verdadero, que cada lector de los Ensayos se reconoce en él.

Las apreciaciones son totalmente atinadas. Montaigne no pretende nunca alcanzar “el universal”, definir al hombre, sino hablar de ese hombre que es él mismo. Quiere comprender,  no moralizar.

Gide puntualiza: Los grandes autores son aquellos cuya obra no responde únicamente a las necesidades de un país y una época, sino que presentan un aliento susceptible de saciar las hambres diversas de nacionalidades diferentes y generaciones sucesivas.

Lo sorprendente es que eso no se consigue en un intento de generalizar sino todo lo contrario, buscando lo más individual, lo más personal. En eso están de acuerdo Gide y Montaigne. Ellos dos, y yo misma.

 

Hay que quitar la máscara, escribe Montaigne, tanto a las cosas como a las personas. Son las máscaras lo que diferencia a las personas lo mismo que a las épocas. Él convertirá sus ensayos en un intento lúcido de desenmascararse. Eso le interesa, le interesa y le sorprende. Nos dirá: No he visto prodigio y milagro más claro en el mundo que yo mismo. Nos acostumbramos a cualquier extrañeza por el uso y el tiempo; pero cuanto más me frecuento y me conozco, menos me comprendo.

Leer, releer a Montaigne es siempre como reencontrarse con un viejo amigo y disfrutar de ese encuentro. Gide lo hace, también, con verdadero gusto, muy en su propia línea de comprensión de lo literario y del trabajo en general:

…el gran placer que obtenemos de los Ensayos de Montaigne proviene del gran placer que él obtuvo al escribirlos y que sentimos, podríamos decir, en cada frase.

¡Qué lejos esos autores que dicen sufrir escribiendo!

Gide insiste:

Quiero destacar aquí que las obras más conseguidas, las más hermosas, son también aquellas en las que el autor ha hallado más alegría y diversión al escribirlas, aquellas en las que sentiremos menos la contención y el esfuerzo.

 

Cada época encontrará una llamada distinta en esta obra – como en cualquier otra de las que consideramos inmortales-, y se sorprenderá de que un autor ya lejano pueda conectar con la realidad humana de una forma tan directa. Nosotros hoy, agobiados más que nunca por las máscaras – aunque queramos creer lo contrario y sean muchos los interesados en que así lo creamos- sentiremos en algún momento eso que él se nos entrega y que desde el siglo XVI ha venido hasta nosotros. Ese encuentro no es algo distinto de los que él tuvo con los que le precedieron.

Para Gide … Quizá sea por algunas iluminaciones súbitas que nos aporta, inesperadamente y como sin querer, sobre las imprecisas fronteras de la personalidad y sobre la inestabilidad del yo por lo que Montaigne me parece más sorprendente y más dirigido hacia nosotros.

 

Montaigne es uno de los autores más citados. Uno de los más citados para apoyar las cuestiones más diversas y también las posturas más dispares.

Quiero terminar este artículo con una frase del prólogo con la intención de que pueda ser una invitación a la lectura.

Siempre estamos en deuda con Montaigne; como habla de todo sin orden ni método, cada cual puede sacar de los Ensayos lo que le plazca, que a menudo es lo que otro ha despreciado.

 

 

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