Martina Martínez Tuya

 

 

¿Madurez activa o vejez agitada?

 

 

Este es un aviso para caminantes.

Se empieza pervirtiendo el lenguaje y se acaba embrollándolo todo, intentando forzar la realidad a tales contorsiones, contradicciones, sincretismos y abusos en general que todo entra en conflicto con todo. Llegados a este punto no es la realidad globalmente la que se rompe, sino el elemento más vulnerable: los humanos. 

 Leí una reseña, -aparecida en la revista “Madurez activa” de este mes de septiembre- , sobre la aportación del profesor Mariano Sánchez Martínez en un encuentro en El Escorial. Me alegré mucho de oír una voz discrepante - y analítica- con respecto a todo esto de la madurez activa, envejecimiento activo y cosas por el estilo. Sugiere: no explotar tanto el envejecimiento activo porque vamos a desembocar en un activismo envejecido. No se trata de matar a los mayores a actividades, sino de aportar otros ingredientes.

Él también piensa que eso del envejecimiento activo no significa nada.

Decir envejecimiento activo y no decir nada es lo mismo, son sus palabras exactas.

Yo insistiría, además, en el absurdo de la expresión madurez activa.

La madurez no se corresponde con la etapa del envejecimiento, es antes de llegar a eso. Tampoco hablar de los mayores es demasiado explícito. Los mayores eran los adultos considerados por los niños, por los jóvenes. Eran “los otros”, pero no necesariamente los viejos, ancianos o de la tercera edad, - como queramos decirlo-.

Es cierto que las etapas de la vida han sufrido algunas variaciones, aunque también eso según como se mire. A los niños se les ha robado buena parte de la infancia llevándolos a un mimetismo de los jóvenes mucho antes de que lo sean. Sin embargo, a veces, se les llama niños cuando ya han dejado de serlo. Con catorce años, por ejemplo, ya no se es un niño.

La juventud parece ser eterna y se mantiene o se quiere mantener hasta bien entrada la madurez. Los hay que pretenden que vaya, para ellos, hasta mucho más allá.

Lo de ACTIVA o ACTIVO, según  nos refiramos a la madurez o el envejecimiento, es también muy curioso.

Yo he sido profesora  y he conocido ese tiempo en el que en la enseñanza había que cambiarlo todo; así, sin más análisis que cuatro frases hechas y unas cuantas palabras mal entendidas o aviesamente utilizadas, sin olvidar un trasfondo político perfectamente identificable.

Todo tenía que ser activo, o activa: la escuela, el aprendizaje, la enseñanza.

Nada que objetar siempre y cuando se entendiera adecuadamente en qué puede consistir la actividad y qué cabida tiene en el ámbito de la educación y de manera específica en la educación reglada.

Se procedió las más de las veces a reducir la actividad al movimiento y al activismo “político”. No se aceptó que pensar es una actividad humana tan “activa” como jugar al baloncesto y desde luego mucho más eficaz según en qué circunstancia y para qué cosa. Mantener una conversación es algo tan activo como nadar o caminar.

Escuchar, mirar, sentir son actividades muy intensas. Hasta ver la telebasura  puede ser una actividad enriquecedora con sólo hacer el esfuerzo de contrastar, elaborar, recordar, comparar, sacar conclusiones, hacerse una opinión personal y no tragar sin más con la del que habla.

Cuando en las aulas se interpretó que la actividad significaba me levanto, voy y vengo, hablo sin parar, copio y mimetizo, participo trayendo y llevando se inició ese camino que ha llevado a donde estamos y que ha dejado las cunetas llenas de fracasos escolares, profesionales y personales. Hasta lo que tenemos hoy ha contribuido, y no poco, confundir la escuela activa con la clase agitada.

Es un grave error no entender que hay actividades como las creativas y la mental que necesitan el sosiego, el cese de esas otras que incluyen de forma dominante el movimiento.

 Con toda esta ola de intereses, no siempre muy confesables, por la formación de los mayores, por su participación se oyen cada vez más los mismos tópicos que en otro tiempo se repetían en la enseñanza. Habrá que, al menos, no caer en las mismas trampas.

Hay que atender a los mayores, a la necesidad de reajustes en su formación por el cambio que se ha producido en la sociedad y en ellos mismos. Hay que dar oportunidades para una formación que pueda completarse, que pueda servir para suplir la que no tuvieron en otro momento de sus vidas. Hay que defender el derecho a todas las posibilidades que nuestra sociedad pueda ofertar sin exclusiones, sin guetos, respetando incluso el derecho a equivocarse y por supuesto el de decidir no hacer nada.

 No sería justo que se priorizaran unas actividades frente a otras y sobre todo que se hiciera justamente con aquellas que para los mayores están más directamente relacionadas con sus limitaciones y que tienen pocas posibilidades en el futuro. No es justo centrar las subvenciones mayoritariamente en las actividades sólo posibles para los más jóvenes de los mayores. Y no es justo ni para los que se beneficien ni para los demás. Todos perderán por igual la oportunidad de desarrollar las capacidades que mejor pueden ser conservadas.

Si apostamos por una formación, por un desarrollo personal habrá que priorizar las actividades más necesarias para vivir y seguir viviendo.

La vejez agitada no tiene futuro. Está, además, fuera de época. Ahora se abre paso el movimiento SLOW y no es cuestión de perdernos la oportunidad de estar a la última.

 

Octubre 2010

 

 

 

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