Martina Martínez Tuya

 

 

 

Antonio machado

In memoriam

 

Este año se celebraba el setenta y cinco aniversario de la muerte de Antonio Machado. Han proliferado los homenajes y yo quisiera de alguna forma hacerle el mío. Algo sencillo, tan sencillo como un pequeño artículo.

Seguimos el rastro de nuestros autores favoritos en sus obras y procuramos, al menos yo lo procuro, intuir al hombre, a la mujer que leemos y llegar a comprenderlo en su razón vital – como diría Ortega-.

Machado, Antonio quiero decir, queda con frecuencia secuestrado por la política, desfigurado por no pocos que solo piensan en utilizarlo, que lo citan buscando en su autoridad la justificación de sus ideas – con frecuencia incluso muy distintas de las del maestro y encajadas a base de omisiones ominosas-.  Por desgracia difícilmente hubiera podido ser de otro modo en este aniversario de su muerte, y lo lamento de veras.  

 Leí poesías de Machado ya en el instituto, cuando aún era alumna y desde luego no lo recuerdo proscrito- por más que digan algunos que lo estaba en aquella época-, sino como un poeta admirado por mi profesor de Literatura. Se estudiaba junto con su hermano Manuel y he de decir que el gran desconocido, al menos en mi clase, – salvo en lo que al teatro escrito entre los dos hermanos se refiere- era precisamente Manuel.

Sé que cuando ambos vivían en Madrid el que era considerado un gran poeta no era Antonio, sino Manuel y ciertamente lo merecía. Lo injusto resultó ser que Antonio fuera de segundón.

Cambiaron las tornas y, dada la cicatería en el elogio y el partidismo de demasiada gente, Don Antonio tuvo toda la gloria y en no pocos casos a su hermano le tocó el vituperio. Para demasiados es como si la admiración, el elogio y el valor no pudieran ser algo infinito solo con tal de que sea merecido. Yo nunca podré olvidar “El Adelfos” de Manuel Machado; quedará en mi memoria para siempre la manera cómo los alumnos llegaban a sí mismos oyendo ese poema. Esa lectura se convertía en una experiencia personal para los adolescentes. No creo que tampoco olviden el episodio del mesón del Cantar del Mío Cid. 

 He explicado a Antonio Machado en mis clases de Literatura, de manera especial en las de COU. He utilizado sus poemas en las clases de Psicología y a veces me han servido para allanar el camino y llevar a mis alumnos hasta algunos filósofos contemporáneos. Machado es impagable para conseguir que el auditorio de una conferencia acabe viendo lo que ningún razonamiento podría hacer llegar hasta él. Es impagable para que alguien perdido en sus sentimientos pueda reencontrarse gracias a alguno de sus textos.

 Cuando decidí escribir este artículo volví al libro de las poesías completas que usaba para mis clases. Allí estaban marcados los poemas que utilizaba, los textos que me sirvieron para preparar los exámenes, para trabajar determinados temas concretos, para las citas de algunos trabajos. Allí estaban también esos versos que sé de memoria – desgraciadamente no muchos- pero que me han ayudado y han ayudado a otros a sentir con un mínimo de nitidez, a escapar de la mala conciencia, del olvido de sí mismos, del sentimiento de una soledad estéril y dolorosa. Desde ellos es más fácil comprender a los otros y hacer del mundo un lugar más habitable.

 Vuelvo a Machado cada verano: me es imposible no hacerlo cuando estoy en Segovia. Allí está el poeta muy presente, aunque muchas veces más como reclamo turístico que otra cosa. Su estatua en bronce, delante del teatro Juan Bravo, tiene cuatro versos a sus pies.

Verdad que el agua del Eresma

nos va lamiendo el corazón…

¡Torres de Segovia,

cigüeñas al sol!

 Pertenecen al poema Canción de despedida que escribió en Segovia en 1922 y que se incluyó en su libro Campos de Castilla.

  El tiempo que vivió en Segovia fue vitalmente muy distinto del de Soria, incluso del de Baeza. Fueron tiempos en los que parece que su alma dolorida ha conseguido encontrar un poco de distancia y se vuelca en la acción mientras se resguarda de sí mismo y de los otros en un pequeño café de la Plaza Mayor.

Vivía allí cerca, en una calle estrecha- como todas-, muy en cuesta – como las demás-, en una pensión que hoy se enseña como su casa.  En sus recorridos diarios el paisaje está ausente. Desde el jardincillo de la entrada  de la casa bastaban unos pasos para estar frente a la preciosa iglesia de San Esteban y el edificio del Obispado. Un espacio abierto al aire, al sol, al frío del anochecer o la helada de la mañana y que lleva a las callejuelas que suben hasta la plaza.

Yo lo imagino como en la estatua: más bien gordito, con bufanda, abrigo, sombrero y bastón, más trepando que andando por aquellas calles a la hora ya tardía de ir al café. Lo imagino saliendo del café, embozado en un gesto friolero intentando resguardarse de un aire gélido que no consiguen detener las piedras de los viejos conventos, de las casas que guardan celosamente la pobreza, la soledad y el tiempo muerto de una ciudad que aún tardaría muchos años en iniciar un discreto renacimiento a base de mostrar a todos sus glorias perdidas.

Llegó a Segovia en 1919 y estuvo allí hasta 1931.

Es su etapa más activa, en la que las colaboraciones en periódicos y revistas van dejando en un segundo término la creación poética – que nunca abandona sin embargo-.

A finales del 19 crea, junto con un grupo en el que hay profesores, médicos y otros profesionales liberales la Universidad Popular Segoviana y trabaja y colabora tanto en la biblioteca ambulante como en las Misiones Pedagógicas.

Son los años de ir y venir a Madrid, de esos viajes en tren que han quedado en los poemas en los que el paisaje de la sierra nos llega tan vivo. Siempre me acuerdo de mi colega, - él también era catedrático de francés – cuando, subiendo o bajando el puerto de Navacerrada, admiro las retamas lustrosas y floridas que ponen una nota de color en el paisaje de pinos y helechos.

Conoció a Guiomar en 1928 y hoy la estación del Ave que lleva su nombre nos recuerda al poeta desde ese paisaje tan castellano, tan amplio y tan luminoso en la soledad y la pobreza de esa estepa que siempre puede ser terrible, como decía su hermano Manuel.

La voz de Machado viene de Bécquer, de la lírica más intemporal. En sus poemas siempre podremos encontrarnos y es muy de agradecer. Gracias, admirado colega.

 

Málaga, 15 de junio de 2014

 

 

 

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